Te escribo un soneto haya de mi caja
crecida en el hayedo
arborescente,
pues has de mitigar fuego en mi frente
con el helado helor de
tu mortaja.
Hendida por el hacha
que destaja
cuando te vea anciana decadente,
me acogerá tu inercia
indiferente,
en tu interior madera
ya en rebaja.
Sin compartir la vida, sí el destino
nos condenan a ser desconocidos
sin que a tu sombra rece una plegaria.
Y hermanados al final
del camino
nuestros ayes se oirán adoloridos
crepitando en la pira funeraria.