En brillantes letras
de La Taberna,
el escritor francés
Emilio Zola
de estancia sórdida,
lóbrega y sola,
nos va introduciendo
su pluma eterna.
Al fondo el soplete de llama interna
cenagoso el serrín que
al suelo asola,
y un matraz de un
sabio Merlín la bola
al oro sumisión que se
prosterna.
Gervaise penetra
sobrecogida
al taller de
elaboración del oro,
y allí el cadenero y
la esposa enferma.
Sueldan eslabones de
una partida
de cadenas de altar,
de misa y coro
sin faltarles un ápice
en la merma.