De gitanos caravana
orillada al matadero
se abrían a la mañana,
cuando el sol a su ventana
alumbraba tempranero.
Chisporroteaba el fuego
calentando unos pucheros,
e hilaba un tráfico luego
un humo en ascenso ciego
y rasgueos guitarreros.
Las gitanas pululando
transitaban por la calle,
buenaventura ofertando
y baratijas mostrando
que escondían en el talle.
Ellos a la pata llana
a la sombra del borrico,
mostraban una galbana
y una apática desgana
de cigarro en el hocico.
Ella caminaba sola,
temerosa la mirada,
tiesa como una farola
y los coruchillos la ola
le hacían a la enmudada.
Siempre el atuendo de luto
de los pies a la cabeza,
y su silencio absoluto
y la miseria su fruto,
su castillo y fortaleza.
Pidiendo de puerta en puerta
y volviendo uno y otro año,
si hallaba una casa abierta
hacía entrada encubierta
y perpetraba su daño.
Arrugada su tez negra,
y sin vivir en la duda
el trabajo no la alegra
y en España no se integra
jamás la gitana muda.