al cultivo permanente,
siempre se muestra oferente
y a sudores se encomienda.
Campos que en su inmensidad
en su grandeza infinita,
todo es vida que palpita
belleza y diversidad.
Alma de nuestro sustento
manantial de la alegría,
contemplación de armonía
que sabes del sufrimiento.
Conoces a las hormigas
y sabes de sus afanes,
sus trasiegos y sus planes
y de su acopiar espigas.
A los topos medio ciegos
que socavan a hurtadillas,
y nos hurtan las semillas
a los modestos labriegos.
A lombrices y gusanos
que moran en tus entrañas,
y sus secretos y mañas
ayuda son de hortelanos.
Que eres nutriente de mieses
albergando sus raíces,
donde anidan las perdices
y las evitas reveses.
Madre de los minerales
que has forjado al diamante,
para que un buril amante
lo engaste sobre metales.
En ti los pies los posamos
y afanosos nos movemos,
y también nos conmovemos
ante todo cuanto amamos.
Nuestra vida aquí transcurre
ya feliz o desgraciada,
y la muerte acicalada
con sus ardides discurre.
Discurre cómo llevarnos
y apartarnos de tu senda,
y con su invencible rienda
temerosos sojuzgarnos.
Y cuando el portón se cierra
y nos apaga los ojos,
a nuestros pobres despojos
los acoges madre tierra.