escogida
por su raza,
y frente
a la leña que arde
con
la cuchara un alarde.
Con
la sangre la mezclaban,
y
morcillas se lograban:
las
llamadas de verano
embutidas
con la mano,
y el
cocido lo aromaban.
El
capuchón a la puerta
convertido
en calavera,
con
un frío de nevera
en
la plazuela desierta,
y la
niebla en descubierta
Boca,
nariz y los ojos
grabados
con la navaja,
componiendo
una mortaja
con
papel y con matojos
de
horripilantes despojos.
Y
para más tenebroso,
debajo
un cabo de vela
o un
candil como candela,
ahuyentándole
medroso,
al
gato en ronda amoroso.
En
pulquérrima perola
borbollaba
la cebolla,
junto
al puchero de la olla
con
la leña ardiendo sola
y
reflejos de amapola.
Cebolla y arroz mezclados
daban
las ricas morcillas,
con
las crujientes costillas
y
los lomos adobados,
todo
exquisitos bocados.
El
cerdo preso en la cuadra,
apegado
a su pesebre
ojos
porcinos de fiebre
oye
al perro que le ladra,
y el
ladrido le taladra.
Y es que el cerdo ya sabía
llegado
su San Martín
de refocile
en jardín
de
vivir en que vivía,
aquel
día se extinguía.
Era su rito, su cima,
su
cuidado con esmero,
siempre
lleno el comedero,
y
tumbarlo en la tarima
como
a alguien que se estima…
y su
pataleo en vano
le
aseguraba el esquife,
a
nuestro mar de arrecife.
Debajo puesto un barreño,
y la
sangre recogida
rápidamente
batida
con
afán en el empeño
de
no despertarle el sueño.
Después
la dura pelambre
de
aquellos pelos de cerda,
los
niños con mano lerda
parecíamos,
enjambre
de
rapadores del hambre.
Con encendida retama
convertida
en escobones
socarrábamos
cebones
al
contacto con la llama,
recién
salidos de cama.
Quedaba
como patena
y
sin cascos en las patas,
aunque
se anduviera a gatas
o
descalzos por la arena,
en
búsqueda de la cena.
Aquella
era una gran fiesta,
el
día de la matanza
toda
la familia en danza,
sin
asueto y sin la siesta
y
con la cabeza tiesta.
y rajaban
en canal
y
como en rico panal,
contemplábamos
su toga,
y
aquello que dentro boga.
Nos
daban las “melecinas”,
y
éramos indios apaches
trepando
como mapaches,
a
coronar las encinas
Patatas de salmorejo
era
ese día el almuerzo,
para
premiar el esfuerzo,
y
era el mejor aparejo
del
jovenzuelo y del viejo.
Y el
cerdo en las casas era
base de la economía
nuestra
despensa del día
en
invierno y primavera;
y en
el bochorno de la era.