En tiempo reposado y paso tardo,
la muerte inevitable vino a verle,
y él sin ningún atisbo de temerle
no buscó ni refugio ni resguardo.
Paciente y sin fisuras en su aguardo,
su importancia le dio y quiso cederle,
su autoridad y tiempo en convencerle
de que su hora llegaba con retardo.
Barbado con sus barbas de profeta,
a la parca la oía, ensimismado,
con la duda que al artista inquieta,
de no saber si su obra ha malogrado
al no lograr su culmen de poeta,
y al cual su arte tenía destinado.