Dedicado a las mujeres de Cenicientos
A la pared apilado
del hueco de chimenea,
tiro donde el fuego humea
con estiércol tapizado.
A continuación la leña
cortada con el podón,
le marcaba el diapasón
al lar que de allí se adueña.
De barro eran los pucheros
y de herrajes los morillos,
chisporroteo de brillos
de los guisos corucheros.
Los garbanzos los dejaban
en agua toda la noche,
y eran colofón y broche
al que después cocinaban.
Le ponían la morcilla,
un tomate y el tocino,
y de la tierra era el vino
y de arcilla la vajilla.
Del huerto la yerbabuena
e ingredientes de matanza,
en mágica mezcolanza
de concomitancia plena.
Vigilaban la cocción
y que el agua no faltara,
y espuma borbolleara
en perfecta conjunción.
Y el aroma se expandía
y la casa la inundaba,
y por la puerta asomaba
y Cenicientos lo olía.
Judía verde o repollo
dependiendo de estación,
siempre fue buena ocasión
de acompañarle con pollo.
Y faenando en los campos
en la lumbre de sarmientos,
se elevaban cocimientos
que degustaban los lampos.
Cuando hacían un recado
Cuando hacían un recado
la casa abierta dejaban,
y a la vecina encargaban
al cocido echar mirado.
Y cubriendo el año entero
las coruchas al cocido,
daban nombre y apellido
que era atizar el puchero.