A Javier García García
De niño siempre soñaba
haber hallado un
tesoro:
pingües monedas de
oro
que en contarlas
dilataba.
Y al despertar la
amargura
acibaraba mi boca,
frustración de un alma
loca
con ansias de la
aventura.
Con las monedas del
sueño
pensaba
que era posible
desde volverme
invisible
a ser de un imperio
dueño.
Yo por entonces leía
libros de héroes a
cientos
que poblaban
Cenicientos
y en su biblioteca
había.
Hernán Cortés y
Pizarro
y Colón y los Pinzones
y los bravos marañones
del Eldorado bizarro.
Y me veía en Lepanto,
codo a codo con
Cervantes,
entre españoles
gigantes
venciendo en un mar de
espanto.
Y con el Gran Capitán
Y con el Gran Capitán
en las campañas de
Flandes,
y con Almagro en los
Andes
y alférez en Aquisgrán.
Y con Cortés en Otumba,
Y con Cortés en Otumba,
y grumete de Orellana,
y en la nave capitana
del Austria cuando
retumba.
Cuando el Señor de dos mundos
Cuando el Señor de dos mundos
donde el sol no se
ponía,
al orbe lo dirigía
desde Escoriales profundos.
Pero los sueños son sueños:
Pero los sueños son sueños:
y el despertar los
deshace,
al nuevo día que nace
con su lucha y sus
empeños.
Después mi suerte
dispuso
trabajar entre las
gemas
que adornan cuantas
diademas
mi disposición compuso.
Y por mis manos
pasaron
los brillantes a
millares,
y esmeraldas estelares
que en silencio se
alejaron.
Los rubíes y zafiros
Los rubíes y zafiros
destellando fugitivos
entre mis dedos
furtivos
emprendieron nuevos giros.
Y el vacío hecho en
mis manos
por ausencia del
tesoro
es aquel oro del moro
que buscan los
hortelanos.
Y ahora pueblan mis
sueños
mis versos volando
etéreos,
y son frágiles y
aéreos
tesoros de mis
ensueños.