Recuerdo oír a mi abuela:
"Los hombres son lujurientos".
Dicho todo entre aspavientos
a la luz de una candela.
"Siempre van tras del pecado,
no piensan en otra cosa,
con la mirada vidriosa
son peores que el ganado".
Y se me quedó mirando:
"¿Tú eres lujuriento hijo?",
revolviéndose muy inquieta.
“No digas, te iré observando,
y lo serás casi fijo
cuando aumente tu bragueta”.