jueves, 20 de junio de 2013

LOS REYES POBRES A SU LLEGADA A CENICIENTOS




Cabalgata de los Magos
                             llegados desde el Oriente,
reyes del portal viviente
que en la infancia causa estragos.

Reyes de los años pobres
de los cuarenta y cincuenta,
donde el dinero se cuenta
entre perras y entre cobres.

Los tres Reyes caballeros
sobre fuertes percherones,
hartos de cargar serones
y de arar con ventisqueros.



Siguiéndoles los muchachos
por calles casi en tiniebla,
poca luz y mucha niebla,
pedíamos sin empachos.

Baltasar, tizne de hollín,
embadurnada la cara,
nos ponía mueca rara
arrebujado en chalín.

Con los dos monarcas blancos,
tiesos en la cabalgata,
con coronas de hojalata,
parecían estar mancos.

No arrojaban caramelos,
¿o es que tal vez no existían?,
y en la mente nos metían
olvidarnos de camelos.

Y era nuestro itinerario
igual que el de procesión,
revestido de emoción
en distinto calendario.


Como siempre calle Larga
                            desembocando en la Plaza,
acontecer que se emplaza
al sentimiento que embarga.

La sempiterna tarima
de maderas desbastadas,
del uso ya deslustradas
y que verla tanto anima.

Toman asiento los Reyes
en sus tronos de espadaña,
lugar donde la cucaña
en las fiestas dicta leyes.

Se hace un silencio expectante
entre los tiernos infantes,
y todos con atenuantes
de ser ejemplo constante.

Ser el mejor en la escuela,
no cometer fechorías
ni merecer perlesías
de la madre y de la abuela.



Mas cuando mi nombre en alto
grita el buen Rey Baltasar,
siento un fuego de abrasar
y tomo el fuerte al asalto.

De plexiglás la cartera
me entregaron de regalo,
que no es ni bueno ni malo
pues dura hasta primavera.



Y plumier de colorines
repleto de lapiceros,
para pintar extranjeros
continentes y confines.

Y a seguir los crecimientos,
y esperar nuevos eneros,
y los Reyes jornaleros
volvieran a Cenicientos.