Me vence un fuerte peso sobre el hombro
y ciñe omnipresente una cadena
que en este mar sumerge y enarena
sumiéndome de lleno entre el escombro.
Soy residuo y
nutriente del cohombro
que vive por el fango de la arena,
y turba y antracita de la pena
y el tapiz que a tus pasos los alfombro.
Y siendo mucho más de lo ya expuesto,
tú también sé ecuánime y compasivo,
y muéstrate, Señor, igual de honesto.
Siendo como otras veces permisivo,
dotándome de un alma
de repuesto
con la espiritualidad del olivo.