La carmelita a su paso
camino de sus conventos,
se detuvo en Cenicientos
una tarde en el ocaso.
Obteniendo aquí posada
en la humilde hospedería,
aguardó hasta el nuevo día
para proseguir jornada.
Después de acabar su aseo
y del hábito mudarse,
quiso aún embelesarse
con el pueblo en un paseo.
Y eligió por compañera
porque la vio muy abierta,
muy vivaz y muy despierta
a la locuaz posadera.
La madre siempre curiosa,
se paraba ante las puertas
de lugareños abiertas
de suyo tan cariñosa.
Por cuantas calles pasaba
un remolino de gente
se hacía ante ella presente
y a todos los saludaba.
Su fama la precedía
por los años cimentada,
y de vuelta a la posada
Cenicientos la seguía.
Cenicientos la seguía.
Y retirada al descanso
la infatigable viajera,
la servicial posadera
la condujo a su remanso.