“A mí me han ocurrido tantas cosas por esas
plazas de Dios que haría falta escribir
un libro para contarlas”.
(El Gallo).
(El Gallo).
En mañana de domingo,
estando el Gallo en la fonda,
al sol la cabeza monda
y de nadie hacer distingo.
Fue anunciada una visita
y se presentó un paisano
con un niño de la mano,
y una carta bien escrita.
- Amigo, ¿qué se le ofrece?,
él se interesó cordial,
en él la norma habitual
por eso del bien parece.
- Le vengo recomendado
del obispo es esta firma,
léala y así confirma
que es la firma de un prelado.
Yo quiero ser picador,
que es el sueño de mi vida,
y antes que la edad lo impida
ser en el coso un actor.
El Gallo estaba perplejo,
guiñando continuamente
si ante él había un demente
o un individuo complejo.
- Veamos, ¿años que tiene?
- Maestro, yo treintaicinco
y sin picar pronto la hinco,
solo esta fe me sostiene.
- ¿Y su profesión u oficio?
- Maestro, soy carpintero,
siempre garlopa y tablero,
y haciendo mucho orificio.
- Óigame usted, buen hombre,
yo cuento con mi cuadrilla
que me entiende a maravilla,
y usted carece de nombre.
Esto no es sembrar lechugas,
hay que empezar desde abajo,
aquí no vale un atajo
ni empezar teniendo arrugas.
Toreamos en Madrid,
Toreamos en Madrid,
primera plaza del mundo,
aquí el toreo profundo,
después zumo de la vid…
Por respeto a monseñor
le llevaré de reserva,
y le mantendré en conserva
pues me temo lo peor.
La corrida salió bronca,
y toreros y piqueros
miraban a los chiqueros,
temiendo a la gente ronca.
Se llenó la enfermería
de gentes del castoreño
en el calor agosteño,
como barcas en la ría.
Y faltando picadores
precisaron de nuestro hombre,
ocultado en un descombre
entre ahogos y temblores.
- ¡Vamos, rápido! Te toca.
- A mí no, soy carpintero
y hoy no me siento torero,
ni como la vaca loca.
