Cogida ya la aceituna
debajo de los olivos,
en fría mañana bruna,
adormecida la luna,
íbamos ejecutivos.
Con una cesta de
mimbre
y gorra de anteojeras,
jornaleros ya en
urdimbre,
era nuestro orgullo y
timbre
descubrirlas en
ringleras.
Bajo la cepa y la
grama,
allí quedaban ocultas,
dormitando en una cama
que las cubre con la
escama
de aceitunas estultas.
Mas los ojos vigilantes
de los muchachos
coruchos
las descubrían flagrantes,
cayendo por
inconstantes
al fondo de los cestuchos.
Y la tierra era batida
y los surcos rastreados
por una infantil
partida
que despertaba a la
vida
a ganarla conjurados.
Con las cestas
rebosantes
y colmadas de aceituna
negreaban rozagantes
y venían claudicantes
sin vacilación alguna.
Y aumentaban los
montones
que ya había en la
almazara,
llevadas entre
canciones
por coruchillos ciclones
de vida con visión
clara.