Con hielo matinal y
bajo el brazo la cesta,
su pregón habitual
con nitidez nos llegaba,
y era su tonante voz
la que nos levantaba
contagio del pregón
sin rebelión ni protesta.
Olor de los churros al
desperezo se presta
de la cálida cama que
el bostezo albergaba,
por la voz imperiosa
que al deber nos llamaba
de acudir a la clase
de la suma y la resta.
Arrollados los juncos,
balanceo del aire,
al churrero le daban
gran prestancia y donaire,
y atado a la cintura ciñe
un blanco mandil,
que a Cenicientos
corría en paseo incansable
con sus churros
calentitos despachando afable
los otoños e inviernos
hasta llegado abril.
Dedicado al bisabuelo del Dr. D. David Ramírez