A la memoria de mi abuelo
Saturnino,
que fue arriero toda
su corta vida.
Reloj la casa no tiene
ni se sabe su manejo,
pero el ancestro
contiene
el saber de un tiempo
viejo.
Aunque duerma como un
leño
se despierta a
cualquier hora,
siempre terne en el
empeño
de sorprender a la
aurora.
Y el reloj de su cabeza
Y el reloj de su cabeza
acudiendo a su demanda
le despierta con
presteza
a la hora que él le
manda.
Sean las dos, o las tres
va el arriero y a la
mula,
la apareja sin traspiés
la apareja sin traspiés
la palmea y la
estimula.
El pesebre ya sin
pienso
y sin agua en el
caldero
sin reyes y sin
incienso
le encamina volandero.
La noche es oscura y turbia,
La noche es oscura y turbia,
sin estrellas y con
lodo,
con un frío que la
enturbia
a la vuelta de un
recodo.
Los costales de la
carga
a los que tapa la lona,
viajan en la noche
larga
alejados de la zona.
Sobre los hombros la
manta
y bien calada la gorra,
y la negra noche imanta
y acompasa su modorra.
La mula resopla y vela
y sabe bien el camino
y mi fantasía vuela,
¿y si sabe su destino?
Que su destino no es
otro
que del hombre ser
soporte,
nacida de un padre
potro
y jamás tener su
porte.
En un cruce de caminos
la casa de la “Morena”,
duermen ganados
bovinos
y un cencerro dentro
suena.
Una recua allí ya
espera
y de cigarros las
luces
en la inmensa
portalera
de sombras y de
reluces.
Era la cita obligada
de los coruchos
arrieros
y el comienzo de
jornada
de su vida y sus
senderos.
Ejercían de cosarios
y porteaban de todo,
y veían escenarios
que contaban a su
modo.
Dormían amontonados
en el suelo de las ventas
por caminos
despoblados
nuestras gentes cenicientas.
Y recorrieron España
cruzada de parte a
parte,
viendo tierras de
espadaña
y los muestrarios de
su arte.
Y ellos a su vez llevaron
en las alas de los
vientos,
y nunca lo escatimaron,
el nombre de
Cenicientos.