jueves, 20 de junio de 2013

EL RELOJ BIOLÓGICO DEL ARRIERO

A la memoria de mi abuelo Saturnino,
que fue arriero toda su corta vida.

Reloj la casa no tiene
ni se sabe su manejo,
pero el ancestro contiene
el saber de un tiempo viejo.

Aunque duerma como un leño
se despierta a cualquier hora,
siempre terne en el empeño
de sorprender a la aurora.

Y el reloj de su cabeza
acudiendo a su demanda
le despierta con presteza
a la hora que él le manda.

Sean  las dos, o las tres
va el arriero y a la mula,
la apareja sin traspiés
la palmea y la estimula.

El pesebre ya sin pienso
y sin agua en el caldero
sin reyes y sin incienso
le encamina volandero.

La noche es oscura y turbia,
sin estrellas y con lodo,
con un frío que la enturbia
a la vuelta de un recodo.

Los costales de la carga
a los que tapa la lona,
viajan en la noche larga
alejados de la zona.

Sobre los hombros la manta
y bien calada la gorra,
y la negra noche imanta
y acompasa su modorra.

La mula resopla y vela
y sabe bien el camino
y mi fantasía vuela,
¿y si sabe su destino?

Que su destino no es otro
que del hombre ser soporte,
nacida de un padre potro
y jamás tener su porte.

En un cruce de caminos
la casa de la “Morena”,
duermen ganados bovinos
y un cencerro dentro suena.
Una recua allí ya espera
y de cigarros las luces
en la inmensa portalera
de sombras y de reluces.

Era la cita obligada
de los coruchos arrieros
y el comienzo de jornada
de su vida y sus senderos.

Ejercían de cosarios
y porteaban de todo,
y veían escenarios
que contaban a su modo.

Dormían amontonados
en el suelo de las ventas
por caminos despoblados
nuestras gentes cenicientas.

Y recorrieron España
cruzada de parte a parte,
viendo tierras de espadaña
y los muestrarios de su arte.

Y ellos a su vez llevaron
en las alas de los vientos,
y nunca lo escatimaron,
el nombre de Cenicientos.