Imaginé de repente
a Dios cubierto de
barro,
sobre el lecho de una
fuente
con el cuerpo hecho un
desgarro.
Aquel lecho estaba
seco
sin agua por ningún
lado,
y Dios llagado y
enteco
estaba petrificado.
Con las cuencas de los
ojos
vacías y purulentas,
mordidas por los
abrojos
del Gólgota y sus
afrentas.
Pero aquel cuerpo
deforme
reavivó en mi
presencia
y vistiendo el
uniforme,
de Sacra Magnificencia.
¡Y Dios me miró
profundo
y ascendió de nuevo al
cielo,
y me dejó aquí en mi
mundo
con mi duda y mi recelo!