tienen florido vergel
sobre este páramo cruel
de los fríos y el relente,
que daban diente con diente.
Era hermoso en primavera
ver del trigo el oleaje,
pero en invierno el paisaje
silente de la junquera
y triste de rastrojera.
Campos sin árboles son
desamparo alucinante,
sudor para el caminante,
fatiga del corazón
y alucine de expresión.
Mas ahora en este Edén
de ecología en los huertos,
entre los surcos abiertos
plantas entre sí se ven,
únicas entre otras cien.
Pacíficos hortelanos
que tienen agua sin tasa,
se sienten como en su casa
de tierra tintas las manos
de jóvenes y de ancianos.
Y sobre el surco inclinados
vigilan a las lechugas,
los pliegues y las arrugas
de los tomates soñados
y de guisantes granados.
Y han levantado casetas
donde guardan sus aperos,
cual heraldos pregoneros
a los que cantan poetas,
bardos de vidas inquietas.
Y existe aquí una hermandad:
la de las gentes sencillas
donde crecen las semillas
y entre el agua claridad,
de la mejor vecindad.