De vuelta a casa regresan
un niño junto a su
abuela;
es ya tarde, el
tiempo vuela
y las nubes les
apresan.
Vienen de Navalaviga
de trabajar en la
viña,
se ennegrece la
campiña
y la abuela se
fatiga.
“Abuela, ¡que nos mojamos!”,
el nieto dice
afligido,
muy cansado y
aturdido
ocultándose entre
ramos.
Ramos grandes de un olivo
que se encuentra
junto al puente,
que brama por la
corriente
no viéndose ni un
ser vivo.
“Aquí estamos a cubierto
y nos cubrirá mi
chal,
aquí hubo un hecho infernal
y lo que te cuento
es cierto”:
“Aquí vivieron pastores
y de esto hace
muchos años,
aquí pastaban
rebaños
y hubo pelea de
amores”.
“A un tiempo dos pastorcillos
fueron tras de una
zagala,
y dentro de la
corrala
se enfrentaron por
zarcillos”.
“Los dos pagaron a escote
pendientes con sus
corales,
y eran dos bellos
rosales
que entregaban
como dote”.
“Pero surgió la sorpresa
que ella rechazó a
los dos,
¡y que armaron la
de Dios
zaragata en
sobremesa!”.
“Viéndose los dos burlados
clamaban por los
pendientes,
y se saltaban los
dientes
como dos
endemoniados”.
“Los dos querían lo mismo,
con los pendientes
quedarse
y luego
descalabrarse,
y sumirse en el
abismo”.
“Y así fue como ocurrió
que se atacaron
con horcas,
y por aquellas
ajorcas
uno de los dos,
murió”.
En tanto ya no llovía,
y la abuela con su
nieto
compartían el
secreto
que aquel niño
escribiría.