“La depresión es mi perro negro”.
(Winston
Churchill)
Vivir con el
alma muerta
y
el corazón sin latido,
sonámbulo
y desvalido
y
lágrimas tras la puerta.
Sangrando
una llaga abierta
y
sin tener horizonte,
no
ver belleza en el monte,
solo
vivir desconsuelo
y
todo el peso del cielo
sin
valor para su afronte.
Muriendo
en la oscuridad,
pues
la vida ya no existe,
ya
no nos quiere ni viste
y
anida perplejidad.
Todo
ya es complejidad,
y
sin saber qué nos pasa
la
vida nos sobrepasa
y
nos ahoga y desborda,
y
se tira por la borda
el
trabajo y nuestra casa.
Y sentir que
nada vales
y
la apatía es tu gala,
y
nada bueno te avala
al
no estar en tus cabales.
Es
un compendio de males
que
todo lo contamina,
lo
contagia y extermina,
segando
el suelo a tus pies
y
al volverte del revés
solo
ves un mundo en ruina.
Sumido en la incomprensión
del
mundo que te rodea,
un
ostracismo golpea
y
aflige tu corazón.
Y
nadie pierde ocasión
de
darte vanos consejos,
tan
manidos y tan viejos
que
te sumen en hastío
y
quisieras ver vacío
el
hueco de los espejos.
Apelan a tus
virtudes
y
a tus bienes, si los tienes,
la
familia que sostienes
y
tú ves solo ataúdes.
Te
sepultas entre aludes
de
tristezas y congojas,
y
las tinieblas son rojas
e
insostenible la carga,
e
insomnios de noche amarga
sobre
el lecho en que te alojas.
Pero si en
sanar te empeñas
apelando
a la esperanza,
viene
un viento de bonanza
de
esos que derriban peñas.
Y
de nuevo ves que ordeñas
al
alba recién nacida,
y
en la empeñada partida
has
vencido a la tristeza
y
el Dios de la fortaleza
te
muestra una nueva vida.