Al pueblo señorea: sin ábside imponente,
capitel o gárgolas, en la piedra rocosa
de una arquitectura sólida, en nada ostentosa,
con Dios velando en una vigilia permanente.
Allí nos recibe y acoge benevolente,
atisbando la faz serena o llegada ansiosa,
si la vida se torna marea procelosa,
se arrodilla el pueblo ante Él y reza reverente.
Los siglos de pisadas desgastaron sus losas,
bautizos contemplaron, bodas y funerales,
tristes sucesos y en acontecimientos muchos,
rosales con espinas y entre el incienso rosas
posadas en su altar y ventanas ojivales,
¡espíritus puros de nuestros muertos coruchos!