A mis amigos y compañeros de la escuela de Cenicientos.
Entre angustias y sudores
y calvario de los ojos,
padecimos sinsabores
por culpa de promotores
imperiales con antojos.
Con España hecha un erial
entre la hambruna masiva,
trajeron al pegujal
y escuelas del andurrial
a godos en comitiva.
Se empeñaron los jerarcas
con empeño denodado,
supiéramos de monarcas
que aún calzaban albarcas
y a la Hispania gobernado.
La lista estaba formada
por treinta y tres visigóticos,
y era así tan alargada
y tan densa y tan poblada
por reinar reyes caóticos.
Se morían de repente
o de pronto asesinados,
y otra coronada frente
ante aquel cuerpo presente
allí mismo nominados.
Candidatos eran varios
los aspirantes al trono,
y en aquellos escenarios
de títulos nobiliarios
disputaban con encono.
En círculo nos ponían
a coruchos escolares,
y salmodiar nos hacían
mientras espaldas crujían
a los godos seculares.
La lista la encabezaba
Ataúlfo, era el primero,
Sigérico al que heredaba
Walia y luego lo alcanzaba
Teodorico el guerrero.
Le sucedió Turismundo
y Teodorio después,
Alarico más jocundo
y nosotros ni un segundo
de recitar sin traspiés.
Después con el cisma arriano
Gelaelico cismático,
y Amalarico algo vano,
que fue un buen rey ciudadano
que se acomodó pragmático.
Theudis, luego Teusidelo,
Agila y Atanagildo,
Liuva que miraba al suelo
y Leovigildo al cielo
por culpa de Hermenegildo.
Llegó Recaredo y Siuva,
Witérico y Gundemaro,
que dicen que el mosto de uva
lo trasegaba cual cuba
de tonel hispano avaro.
Nombres hay repetitivos
de ordinal correspondiente,
sobrevivían los vivos
si no acababan cautivos
del nuevo rey y de su gente.
Suíntila con Sisenando,
Thintila y sucedió Tulga,
Khindasvinto fue reinando
con Recesvinto esperando
como un can cuando se espulga.
Wanba delegó en Ervigio,
Egica reinó con Witiza,
¡cuánto rey, cuánto litigio!,
sin llevar el gorro frigio
hartos de godos en liza.
Rodrigo fue el
colofón
de tanto godo en el trono,
¡qué castigo, qué tostón!,
salmodiando relación
con voz meliflua en el tono.