Con los fríos de diciembre
se cogía la aceituna,
acostada ya la luna
y póstumo ya noviembre.
Enterrado ya septiembre,
si daban cosechas buenas
con las condiciones plenas
negreaban los olivos,
que nunca fueron esquivos
con la sangre de sus venas.
Como hicieron los ancestros
que plantaron los olivos,
perennes y sensitivos
y en su cuidado maestros.
¡Abuelos que fueron nuestros!
Bajo las cuidadas frondas,
la tierra formaba blondas
escarchada por el hielo,
y aterido estaba el suelo
y nuestras raíces hondas.
Brillaban las aceitunas
manzanillas y gordales,
en los días espectrales
sobre lomos de las dunas.
Y atisbos de las fortunas
aterían nuestras manos
los fríos cierzos tiranos,
y usábamos un caldero
como rupestre brasero
compartido como hermanos.
El vareado con varas,
como hacían los romanos
sobre los olivos canos
dejando las ramas claras.
Arrebol sobre las caras
y siempre el intenso frío
como trabajo en el río,
así al menos lo recuerdo
y en el recuerdo me pierdo
evocando frío, frío.
Lo mejor nuestra comida
al resguardo de un majano,
en el campo un ciudadano
que nos endulza la vida.
Medicina de una herida
los sarmientos en la lumbre
desechando pesadumbre
y en las brasas las morcillas,
torreznos y las costillas
y en progresar certidumbre.