se paraba el pregonero,
entre helor de
invernadero
y calor las estivales.
Sin redobles de
timbales
se escuchaba la
trompeta
y la gente atiende
quieta
como se escucha un por
orden.
¡Niños, cesad el
desorden
que el alcalde va y se
inquieta!
De orden del Señor Alcalde
De orden del Señor Alcalde
pregonero pregonaba,
y una mujer se paraba
diciendo: “nos dan de
balde;
los polvos del
albayalde”.
Y una vecina cercana
comentaba en la
ventana:
“esta mujer está bolo
no asunta y habla tan solo
si a tonta nadie la gana”.
De todo se pregonaba
en mercancías diversas,
salvo costumbres
perversas
que entonces no se
estilaba.
Y a mí lo que más
gustaba
era cuando daban cine,
y a mi abuela en su
decline
yo le sonsacaba un
duro,
y en aquel tabanco
oscuro
películas de alucine.
Boquerones y sardinas
y un pez llamado
“japuta”
que con una barba hirsuta
que con una barba hirsuta
estaba llena de
espinas.
Y de las pescas
marinas
el pregón sobre el
pescado
en moto carro albergado,
y el chicharro de los pobres
con sus sabores
salobres
era siempre bien
llegado.
A veces llegaban
telas
que ondeaban en la plaza
entre papeles de
estraza
y doradas arandelas.
Y entre aquellas
bagatelas
andábamos los
muchachos,
husmeando en los capachos.
Y el pregonero de ornato
puesta la gorra de
plato
y con serones los
machos.
Y entre aquella mezcolanza
compacta y abigarrada
de los coruchos
mezclada
ya soplaba una
esperanza.
Nuevos vientos de
bonanza
nos traía la trompeta
ante la vida tan
quieta
que avivaban los
pregones
trayéndonos ilusiones