A mi padre y a los jornaleros
coruchos de su generación
Transidos de frío
peales y albarcas,
llagadas las marcas
de pies, del rocío.
Van los jornaleros
de rostro atezado,
al hombro abrazado
los viejos aperos.
Funde sus alientos
la cruda mañana,
del frío que aplana
nuestro Cenicientos.

Hay nieve en la cumbre
cimera en la Peña,
que hiberna y que sueña
y encienden la lumbre.
Tienen el marqueo
trazado en el suelo
y aplastan el hielo
con un traqueteo.
Están ajustados
para abrir las hoyas,
panes de sus ollas
de desheredados.

Con los azadones
y pico a la piedra,
nada les arredra
abriendo zanjones.
Las manos cubiertas
de grietas y callos,
cavan como rayos
las tierras desiertas.
Tapan los barbados,
que serán las vides
cuando en estas lides
sean injertados.
Paran un momento
y echan un cigarro,
los pies en el barro
y algún juramento.
Duros los astiles
de azadón y pico
y no magnifico,
las hoyas a miles.
Les daban los dueños
vino en calabaza
de la misma raza
que impregna sus sueños.
Y así la cuadrilla
de los jornaleros,
iba con sus fueros
por toda Castilla.

La siega en verano,
la carga de leña
sin letra pequeña
lastrando su mano.
Los hombres de acero,
de peal y albarca
fueron remo y barca
de lo venidero.

Nosotros sus hijos
tuvimos abrigo,
nuestro pan de trigo
y la escuela fijos.
Y en el firmamento
de los jornaleros,
aquellos braceros
infunden aliento.

