jueves, 20 de junio de 2013

LA CARTA DEL CONTRATO DE LA SIEGA


A Paco, mi padre, que en sus años mozos fue segador errante.

Al llegar la primavera
la carta se recibía
con desbordante alegría.
Oliendo a sudor y a era,
a espiga y a rastrojera.

Portaba dos buenas nuevas:
el pan para el segador,
reanudo de labor,
dinero en las casas cuevas,
y advenimiento de brevas.

Organizar la cuadrilla,
segadores y un atero,
y echar mano al refranero:
compañero ancha es Castilla,
y el sol nos alumbra y brilla.

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Con las alforjas al hombro
hombres recios y curtidos,
los aperos bien asidos
sin sorpresa y sin asombro.
Ya no están y no los nombro.

Compartiendo pan y sal,
su afán y pobres destinos,
errantes por los caminos
duros como el pedernal,
siempre en busca de un jornal.

Por sendas y vericuetos
llegaban hasta el Molar,
con las piedras de amolar
quemados los esqueletos,
y en la vestimenta escuetos.

Después a Villacastín, 
y el páramo castellano
en el tórrido verano,
del uno al otro confín
trigos en surcos sin fin.

Dormían en los rastrojos
o con suerte en un pajar
la hoz en hendir y cortar,
heridos por los abrojos
y de sol ciegos los ojos.

Se ajustaban por fanega,
perdidos en la llanura
con ardor de calentura,
y el sudor que todo anega
en cuanto la hoz se despliega.

Tras tres meses de labor,
de quebranto de riñones,
soñando con los jamones,
retorno confortador
y entre familia el calor.

Y allá lejos columbrada
ven la imagen de la Peña,
de Cenicientos su enseña,
con moneda bien ganada
y la arribada soñada.