Fueron la Virgen y el Niño
peregrinos a las Peñas,
y el aire danzó
lampiño
y cantaron las aceñas.
Entonces no había pinos,
sólo tomillos y jara,
y zarzales entre
espinos,
y una fuente de agua
clara.
El pueblo era muy chiquito
y vieron llena la
plaza,
allá al fondo muy
bajito
sin camino que la
enlaza.
La Virgen miró el entorno
y brotaron azucenas,
bendiciones al
contorno,
sembradas a manos
llenas.
Protección a Cenicientos
y en especial a sus
niños,
dueños de mis
pensamientos,
sustento de mis
cariños.