"Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar,
que es el morir:"
Jorge Manrique
Campanas, doblad insomnes a muerto
por viñas y pastos de
pegujales,
y aposentaos en su
hontanar y huerto,
y en frondas de sus árboles
frutales,
que se conmueva y germine el barbecho
y efluvios emanen de sus
rosales.
Decid que ya sin alentar su pecho
de esfuerzo y trabajo
tributó en vida,
y la Muerte reclama su
derecho.
Contad que fue un ave
de amanecida,
ruiseñor de desperezo y
cantar,
y alondra en el surco
de atardecida.
Repicad que fue
orfebre en el sembrar,
el trigo con la mano en
breve vuelo,
y hoz y el dedil
artesano al segar.
Y que escrutaba la tierra y el cielo,
en perenne vigilancia
el cultivo,
del idílico huerto de
su desvelo.
Y con la reciedumbre del olivo
cuya visión sedante
nos aquieta
era firme, tenaz y
positivo.
En su parda gramática,
profeta
de ancestro ecuánime,
y sabiduría
del campesino
castellano, asceta.
Luchar sabía en la
dura porfía,
sin desfallecimiento y
sin desmayo,
contra el hielo que
abrasa y su sangría.
Y cuando en alborozo
abril y mayo,
emergen y el feraz
campo es posible
no temía a la tormenta
ni al rayo.
¡Y cuán tierno, cercano y asequible
a reclamos y risas
infantiles!
¡Qué humanidad tan
próxima y sensible!
Con su vertedera, surco
y perfiles,
con el hacha y podón, leña
en la sierra,
y a sus hijos, los
ejemplos a miles.
Su corazón siempre en
paz, nunca en guerra,
con la honestidad propia de hombre bueno,
con la honestidad propia de hombre bueno,
noble blasón y muestra
de esta tierra.
Y podredumbre será inmersa en cieno
y nutriente de correhuela
y grama,
mas vuestro voltear anuncia
en pleno
la voz de Dios que a su alma la urge y llama.
la voz de Dios que a su alma la urge y llama.