Todos los al
mediodía
nuestras
sombras se encontraban
y constantes
acechaban
a la niña que
venía.
Llegaba con su
botella
a comprar su
gaseosa,
y era en todo
tan hermosa
que la admiraba
una estrella.
Muchachos de la Plazuela
olvidábamos los
juegos
e implorábamos
con ruegos
poder proseguir
su estela.
Cual caballeros templarios
formábamos una
corte,
dando
prestancia y aporte
al rito de sus
horarios.
Igual que una
golondrina
de algún
planeta lejano,
su desenvolver
mundano
nos amilana y
domina.
Y al término
del verano,
la bella
carbonerita,
fiel a su vida
y su cita,
nos daba
siempre la mano.
Y todos te
recordamos,
y en efigie tu
figura,
nos sumerge en
la amargura
de ya no ver
cuánto amamos.