Cuando llueve en el otoño
de una forma persistente,
y es alegre la corriente,
el corujo ya es retoño.
Dormita algunas semanas
y en marzo se manifiesta,
y buscarle es una fiesta
que la emprendemos con ganas.
Calzando botas de goma
y portando unas tijeras,
en arroyos y praderas
vemos que grácil asoma.
Es la humildad candorosa
crecida dentro del agua,
y le visten con su enagua,
la margarita y la rosa.
Lo busco en los Banderuelos,
llevando un cubo en la mano
con la fe del artesano
que busca el oro en los suelos.
Busco en Orilla Moral,
en el borde de una poza,
que se alegra y se remoza
de un arroyuelo invernal.
Busco por prado Maíllos,
entre matojos y vacas,
soliviantadas urracas
y zarzas como cuchillos.
Y me extiendo hasta el Juncar
y los prados de la Higuera,
husmeando en la reguera
su apetecible manjar.
Y es porque es manjar de dioses
el alabado corujo,
en Cenicientos un lujo
y en las mesas puros goces.
Se prepara en ensalada,
con cebolla y aceitunas
y es paladar de fortunas,
cuando está bien aliñada.