Recreos de la infancia, entre los juegos y escuela,
de idílicos momentos,
de vuelta a casa en aquella mágica plazuela,
crisol de Cenicientos.
La escuela era vista como el interior de un templo,
con su ara del saber,
donde el más listo de la clase nos daba ejemplo
de estudio en el deber.
Nada que ver aquella, con la escuela de ahora,
de temibles maestros,
temerosos siempre del clarear de la aurora
y llamados cabestros.
De cuatro en fondo nos formaban, prietas las filas,
izando la bandera,
y al Himno del Cara al Sol, callaban las esquilas
de mula y vertedera.
"La letra con sangre entra", eran consignas y lemas,
que inyectaban a palos,
y huíamos como los potrillos de las quemas,
los buenos y los malos.
Contumaces tildaban, llamándonos zoquetes,
envueltos en su niebla,
y oportunos a veces, poníamos en bretes
siendo ellos la tiniebla.
Recitábamos la tabla de multiplicar
con átono talante,
fue bueno, después la hemos tenido que aplicar
continua a cada instante.
Aprendimos algo modélico...Urbanidad
de educandos muy bien,
y en nuestro pueblo sirvió y nos sirvió en la ciudad
a saber quién es quién.
Supimos de religión y de historia sagrada
que igual nos ha servido,
y así situábamos en el mapa aproximada,
todo hecho acaecido.
De forma que al contemplar los lienzos del museo
sabemos de Holofernes,
las ciudades bíblicas, y el nefando deseo
cual pintores en ciernes.
Luego después cada uno sustenta sus creencias,
o esencias personales,
y en su ir y venir, el cuantificar de sus ciencias
o su ingenio y caudales.
Y sin ser rehenes del síndrome de Estocolmo
o burdos masoquistas,
comentamos: "compañeros, es o no es el colmo
o somos alquimistas".
Pues con un gran esfuerzo, permanente de todos,
a aquella España rala,
postrada entre la sangre salpicada de lodos,
la elevamos de escala.