Por la Plazuela pasaba
y el borrico la
precede,
y en el pescuezo
colgaba
una esquila que sonaba
en la cuadra a la que
accede.
Siempre triste y
enlutada
y silenciosa se mueve
cuando va en la
madrugada
con atavíos de helada
y el frío no se
conmueve.
Por los pueblos del
contorno
vendía su pacotilla,
y en su cansado
retorno
era siempre en el
entorno
ver al marido en la
silla.
Paralítico impedido
de ejercer ningún
trabajo,
estaba siempre
invadido
de un furor
incontenido
que practicaba a
destajo.
Y ella le montó un
negocio
para poder mantenerse,
y sin saber que era el ocio
años de pobreza y
bocio
él comenzó a
rehacerse.
Pipas, chicles,
caramelos,
vendía el hombre a la
puerta
y vivía unos desvelos
y entre muchachos
consuelos
siempre con la puerta
abierta.
Para acceder a la casa
había previo un corral
y un perrito que
acompasa,
y la vida se la pasa
a la sombra de un
parral.
De muchachos gran
trasiego
con perras en el
bolsillo
llevar a veces sosiego
y las más desasosiego
si nos daba el
tabardillo.
Y mientras tanto Raimunda
va por caminos de Dios
con su tristeza
profunda
y en lo triste la
secunda
su borrico que va en
pos.
¡Almas que venís al
mundo
marcadas por un
estigma
donde un misterio
profundo
os marca un paso
infecundo
como prueba del enigma!
Y aquella mujer tan
buena
bajó en silencio a la
tumba
sin hijos en la cadena,
y su recuerdo me apena
y en olvido no sucumba.